Carolina Salinas Marchant

Profesora de Lenguaje y Fonoaudióloga
Miembro de la mesa de trabajo de elaboración de orientaciones técnicas para los equipos de salud del MINSAL
correo : salinascaro@gmail.com

Aunque le gustaba ir al colegio y aprender todas esas cosas, odiaba el recreo, tanto así que no le quedaba otra que esconderse en el baño para evitar que otras niñas y niños la castigaran por no saber muy bien cómo interactuar, cuándo hablar, cómo jugar. Muchas veces, se pasaba el recreo anudando y desanudando los cordones de sus zapatos, pues así estaba ocupada en algo y por un rato la dejaban tranquila. Era tímida, decían los profesores y su familia, pero esa timidez era, en realidad, autismo.

En las últimas décadas, un creciente número de mujeres jóvenes y adultas, en todo el mundo, están recibiendo diagnósticos tardíos de autismo. Y es que el perfil femenino de esta condición sigue siendo un tema poco conocido para la sociedad.

Diversos estudios muestran que, si bien las características del autismo son similares entre hombres y mujeres, existen diferencias cualitativas en su manifestación. Esta disparidad es más evidente en casos de autismo leve, ya que una mayor funcionalidad, combinada con la expresión de conductas autistas menos conocidas, ha llevado a que un alto porcentaje de niñas no reciban el diagnóstico hasta la edad adulta y que muchas de ellas hayan sido diagnosticadas e intervenidas de manera errónea por largo tiempo.

Entre las conductas autistas menos conocidas para el perfil femenino del autismo se han descrito diferencias en las relaciones sociales y en la calidad de las relaciones que las mujeres son capaces de establecer en comparación con los hombres. Además, se ha destacado la capacidad de las mujeres autistas para adaptarse a diferentes contextos mediante la supresión u ocultamiento de su sintomatología, con el fin de integrarse en la sociedad.

En cuanto a los intereses restrictivos y repetitivos, se ha observado que las mujeres tienen la capacidad de limitar o disminuir las conversaciones sobre temas de su interés y de simular interés en asuntos u objetos que les resultan irrelevantes. Esto lo hacen con el propósito de ajustarse a un grupo social o de aparentar comportamientos considerados normales. Lamentablemente, esta aparente ventaja en la habilidad de pretender ser normal conlleva un aspecto negativo, pues en el intento por aparentar normalidad, muchas mujeres autistas desarrollan otras condiciones, como trastornos alimentarios, ansiedad o depresión, lo cual tiene un impacto significativo en su día a día y en la construcción de su identidad. Desde luego, el grado de afectación variará según la edad y severidad del autismo de cada persona, pero las diferencias anteriormente descritas parecen tener una relación más estrecha con el género que con otros factores.

La toma de conciencia acerca de la existencia de un perfil femenino del autismo contribuirá a que muchas niñas sean diagnosticadas tempranamente, pudiendo recibir apoyo oportuno cuando las demandas sociales sobrepasen sus capacidades. De igual forma, siempre será beneficioso que las mujeres que no recibieron el diagnóstico de autismo en la infancia lo reciban, incluso si es en una etapa más avanzada de sus vidas. Como han expresado muchas mujeres, el diagnóstico les ha servido para entenderse, para aceptarse y para perdonarse. No obstante, sería ideal que los casos de infradiagnósticos se redujesen al máximo, de manera que las niñas que hoy odian los recreos no sean pasadas por alto y reciban el apoyo de los adultos e instituciones, para no tener que esconderse de niñas y niños que las castiguen por no ser como ellos.